sábado, 11 de octubre de 2008

Hoy soñé que era un ser de la hidrosfera...

Este fue el título que propuse a mis alumnos para la redacción-castigo del jueves. En lugar de dejarles sin recreo, cuando les llamo la atención más de n veces durante la misma clase, les mando una redacción. El título lo elijo según lo que estemos dando en clase, y a partir de ahí les pido que le echen imaginación. Este método no lo he inventado yo, me lo contó mi amiga Bea que también es profesora y lo aplicaba con sus alumnos hace varios años. A ella le funcionaba. Y a mí de momento también.
El caso es que el jueves pasado, en uno de los grupos de primero, hubo muchos a los que tuve que llamar la atención varias veces. Cierto es que en esa clase me lo paso muy bien, me hacen reir bastante y no puedo enfadarme con ellos porque no tienen maldad. Pero me hacen interrumpir la clase, y tienen que tener algún tipo de "reprimenda" (normas del colegio). Al final hubo tantos alumnos en la lista de los que tenían que hacer la redacción que decidí que iba a ser voluntaria y para positivo. Entusiasmo general entre el alumnado. Por fin algo para ganar un positivo. Y me piqué y les prometí que yo también escribiría una redacción con ese título.
Al día siguiente la tenía hecha y se la leí al final de la clase. Fue de las pocas veces que estuvieron en absoluto silencio y escuchándome el rato que duró la lectura. Esto fue lo que les leí:

Hoy soñé que era un ser de la hidrosfera. Flotaba en un mar de aguas cálidas, mirando hacia las primeras estrellas que empezaban a brillar en un cielo todavía rosado por la luz del crepúsculo. Mis manos y mis brazos acariciaban el agua, que me respondía meciéndome con suavidad y arrullando mi cabello. Todo estaba en calma. Cerré los ojos y respiré profundamente, tratando de atrapar en mi pecho el frescor de la brisa de esa noche. De esa primera noche de luna llena después del solsticio. De esa noche en que sería finalmente liberada de mi maldición. El cielo iba adquiriendo una tonalidad añil y el Este clareaba con un resplandor dorado. La luna había comenzado su largo camino. Decidí regresar por última vez al que había sido mi hogar desde que aquel brujo me echase su maldición. Condenada a esconderme de mis iguales, condenada a vivir en la hidrosfera, huyendo de todo aquello que amaba. Condenada a vivir con escamas en lugar de piel, condenada a no poder caminar, a no poder sentir el tacto de la arena bajo mis pies. Me había hecho pagar un precio muy alto por atreverme a entrar en su reino, por atreverme a entrar en el lago prohibido. El precio que pagué fueron mis piernas. Muchas lunas han pasado desde aquel aciago día. Pero esta noche acabará mi maldición. Cuando los rayos de la luna llena iluminen la Piedra Blanca del templo de Falmun mis escamas desaparecerán para dejar paso de nuevo a mi piel, a mis piernas, a mis pies. Me sumergí por última vez bajo las aguas. Todo me parecía tan hermoso, tan bello. Es esa belleza que surge cuando la despedida es inminente y sin viaje de regreso. Adiós, hasta siempre, os recordaré en mi corazón, pero ahora debo recuperar mi vida anterior. Ascendí hasta la superficie y nadé hacia la costa. Consciente de lo que podía suponer para mis escamas permanecer demasiado tiempo fuera del agua, me arrastré hasta el pequeño templo abandonado de Falmun. Allí aguardé hasta que la luna empezó a iluminar la parte superior del templo. Luchando contra el dolor punzante que sentía en mi extremidad inferior, traté de acercarme al altar donde se encontraba la Piedra Blanca. Sabía que se me acababa el tiempo, que mis escamas estaban muriendo por la falta de agua, y con ellas yo también me moría. Sólo tenía que aguantar unos minutos más. Sólo unos minutos. Y sería libre, volvería a tener dos piernas. Miré hacia el cielo y se me heló el corazón. Unas nubes empezaban a ocultar a la luna. Si los rayos de luna no llegaban a la Piedra Blanca la maldición no se quitaría. Angustiada, continué mirando al cielo, como si por mirarlo con mayor intensidad pudiera apartar de allí esas nubes. Pronto todo el cielo estuvo cubierto de nubes oscuras. Con dolor me di cuenta de que esa primera luna llena tras el solsticio no acabaría esta pesadilla. Cerré los ojos y entre las ráfagas de viento que empujaban a las nubes creí distinguir una risa malvada. La misma risa malvada que escuché la última noche que tuve piernas. La última noche que pude soñar.

1 comentario:

mi dijo...

Si acaso, un 10 o así.