miércoles, 15 de octubre de 2008

¡Cuánta falta de Octarino!

Como idea era buena, eso me lo tengo que reconocer. Pero como práctica... hummmm.... bueno no contaba yo con que mis alumnos no sabían de la existencia del octarino y por supuesto, jamás habían sido sensibles a su radiación. Y que aún habría de pasar mucho tiempo hasta que lo consiguieran. Me explico:
Una buena parte de los alumnos del colegio se han ido de viaje de principio del otoño (en realidad lo llaman semana verde, porque se supone que van a hacer cosas relacionadas con la naturaleza, pero la pura verdad es que se van de excursión a no hacer gran cosa y a perderse clase - o a buscar setas, vete tú a saber-). El caso es que unos pocos, no se sabe si por falta de ganas o por cualquier otro oscuro motivo como que sus padres les han castigado, que todo es posible, se quedan en el colegio.
Pensé, pobres, encima de que no se van al viaje no les puedo poner a dar clase o a hacer ejercicios, que sería lo más provechoso pero no lo más interesante para ellos. Ya sé, voy a proponerles algo diferente, voy a enseñarles que en otros universos también tienen leyes de la naturaleza y conocimientos científicos y tecnológicos. Y les he hablado de la constitución del universo del Mundodisco, de la sucesión de sus ocho estaciones, de la existencia de una brújula hecha de octhierro que se orienta por el campo magnético del Eje, de una cámara de fotos en la que, como yo ya sospechaba desde hacía tiempo, hay un pequeño ser pintando a toda pastilla las escenas, en fin, hay tanta ciencia en este universo de fantasia...
Pensé que les interesaría, que querrían saber más, que les picaría para que ellos mismos propusieran otros modelos cosmológicos y se inventaran nuevas leyes de la naturaleza y nuevos instrumentos científicos... Pero se me escapaba una cuestión muy simple y básica. Al desconocer la existencia de ese octavo color, aun si no hubieran sabido cuál era y su nombre, todo les sonaba demasiado raro. No han llegado a entender el propósito de mi actividad, ni siquiera entendían los fragmentos de la historia que leían. Decían, ignorantes de todo, que había faltas de ortografía (¿cómo es eso, que hay faltas de ortografía? Sí, es que aquí pone Rincewind, y no sé qué es eso. Ya, mira, es que es el nombre de un personaje de la historia... - y aquí, a los cinco minutos de plantearles mi propuesta ha comenzado el proceso de mi arrepentimiento). Ay, qué desolación, que fracaso más absoluto. Así, ¿cómo voy a fomentar ese interés por la lectura que se nos pide en una de las famosas competencias básicas? ¿Qué hago, les mando leer un tocho de historia natural que no les interese un pepino? Había pensado mandarles un trabajo voluntario para subir nota acerca de algún libro de fantasía analizando las diferencias y analogías entre nuestra ciencia y la suya, pero visto lo visto hoy, me lo voy a pensar dos veces.
Desde luego que mañana me los llevo al laboratorio y que vean muestras al microscopio y que mezclen disoluciones que cambien de color, que eso les mola más.

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