domingo, 19 de abril de 2009

Retomando

Parece mentira cómo pasa el tiempo... No tenía ninguna intención de abandonar el blog, muchas noches me decía a mí misma que tenía que intentar escribir algo, pero todas esas mismas noches ha sido imposible. Desde enero hasta ahora han sido unos meses muy duros físicamente, tuve durante varias semanas, uno o dos días a la semana, un curso que prolongaba mi jornada laboral casi cuatro horas más, con lo cual, al llegar a casa tenía que (después de la cena, dormir a los niños, etc) preparar las cosas del día siguiente, corregir, y finalmente dormir... esto último no ha sido mucho, y me han vuelto los dolores de cabeza rutinarios que ya empecé a sufrir hace más de un año (¿algún voluntario para hacerme una recetita de miolastán? je je). Afortunadamente el curso se acabó y pude relajarme un poquito más, pero aún así continuaba sin encontrar un momento para sentarme a escribir sin la pesada de la conciencia sentada a mi lado y recordándome los tropecientos exámenes que aún no había corregido (hoy también se ha intentado sentar al lado para recordarme los ejercicios que llevan dos semanas esperando para ser corregidos pero le he puesto un esparadrapo en la boca y la he encerrado en el armario).
Desde ese último día que escribí algo, que fue el de la súper nevada de enero, han pasado muchas cosas, y más que van a pasar. Personalmente, voy llegando a un momento en el que se van a producir cambios en mi vida. Y en el que empiezo a pensar si no seré un poco bruja. Aunque no tenga una verruga en la nariz ni un sombrero puntiagudo. Pero pensarlo lo pienso. En realidad me gusta más la palabra "meiga", suena más amable, a pan con mucha miga, y además no rima con piruja que siempre es peor. Pues eso, que empiezo a pensar si no seré un poco meiga, y si realmente puede que sea cierto que desear algo mucho te ayuda a conseguirlo. Todo empezó hace seis años o más...
Érase una vez una niña que estudiaba en un edificio de ladrillo lleno de agujeros y de obras, un poco feo pero muy cerca de un bosque. A veces, la niña paseaba por el bosque de vuelta a su casa y pensaba en lo que le gustaría hacer cuando fuera mayor. Ya había pasado la época de querer ser astronauta, veterinaria, nadadora olímpica, electrónica (eso gracias a unos descubrimientos profesoriles que hizo en el edificio de ladrillo feo), y cuando pasaba al lado de los enormes radiotelescopios soñaba con, algún día, poder al menos entrar en ese maravilloso edificio donde todo estaba lleno de mapas, de datos, de cálculos, de predicciones y de preciosas fotografías con fenómenos atmosféricos. Poco tiempo después, su deseo se hizo realidad, cuando algún amable compañero le sugirió probar el menú de su cafetería. ¡Se podía entrar a comer alli! Eso era, sin duda, un avance. ¡Y ya podría dejar de comer esas ensaladas aliñadas con proteínas procedentes de invertebrados de aspecto un tanto desagradable! ¡Hurra! Poco a poco empezó a pensar que la meteorología sería una buena opción para el futuro, y se empezó a interesar un poco más en ella. Y un día, durante un curso de meteorología en un mes de julio, celebrado en un enorme edificio con un precioso museo dentro, lo supo. Supo que tenía que trabajar en ese sitio. Estaba lleno de ciencia, ésa era la impresión que tuvo nada más entrar. La frase mágica, que puso en marcha todo el mecanismo posterior, fue "no me importaría trabajar aquí". Poco después, la magia había provocado una sucesión de extraordinarias coincidencias, y la niña consiguió trabajo en ese lugar. el tiempo pasó, la niña creció, fue madre, acabó su trabajo y cambió de profesión. Se convirtió en lo que quería ser de pequeñita: se hizo profesora. Bonita profesión, entretenida, llena de retos, divertida, apasionante, pero un pelín explotada, bueno, más que un pelín, una melenaza entera. Con los años, (parece que llevara décadas trabajando de profe, pero no), la niña se dio cuenta de que aunque el trabajo en sí le gustara mucho, no se sentía lo suficientemente reconocida: demasiadas horas y poco a cambio. En uno privado, ya se sabe... ¿Y tratar de estudiarme las oposiciones? Imposible plantearlo a la vez que se trabaja. Para eso, para hacerlo en serio, se necesita dedicación exclusiva. Pero... La niña supo qué tenía que hacer. Formuló de nuevo la frase mágica: "no me importaría poder tener tiempo para estudiarme las oposiciones". La respuesta la tuvo poco tiempo después. Con una sonrisa en la boca, le comunicaron la "buena noticia": a partir de julio tendría todo el tiempo que quisiera para dedicarlo a lo que quisiera. (vamos, que la despiden). La niña no consiguió arrancarle al personaje en cuestión ninguna razón lógica o ilógica para esa decisión, así que se limitó a buscarle el lado positivo y se dio cuenta de que le estaban ofreciendo lo que desde hacía tiempo estaba necesitando: le estaba regalando unas oposiciones pagadas. ¡Hurra! (llegados a este punto, si esto lo lee alguno de mis jefes, algo improbable pero no imposible, negaré que lo haya escrito yo). Y así fue como nuestra niña pasó de estar trabajando un poco explotada a tener la ilusión de poder volver a su época de estudiante.
Ojalá que a esta historia se le pueda poner un final feliz.