lunes, 22 de septiembre de 2008

Equinoccio

Otoño. Puede verse como la estación en la que la Naturaleza empieza a languidecer, las hojas de los árboles se tornan marrones y caen formando un manto que cubre las calles y el campo, los días se vuelven grises, cortos, las noches largas...
También es esa estación de los buenos propósitos (me voy a apuntar a un cursillo de....), de empezar esas colecciones que invaden los kioskos y que nunca haríamos si no fuera porque nos hemos propuesto para empezar bien el curso llenar la casa de abanicos, piezas para construir un triceratops, los rosarios del Papa, las máquinas de vapor para la casita de muñecas de estilo victoriano, llena de soldaditos de plomo... ¿De verdad necesitamos tantas cosas? ¿Y esas colecciones que apenas ocupaban sitio, esas de los cromos? ¿A que a nadie se le ocurre ir al kiosko y pedir un sobre de cromos de Pokemon, por ejemplo? (Bueno, ejem, aquí dejo unos puntos suspensivos y no comentaré nada.... je je...).
Pero lo cierto es que es una estación de una gran belleza. Los colores que tienen los atardeceres de otoño son mágicos, imposibles, como los colores del bosque. Empiezan a encenderse las chimeneas y en los pueblos huele a leña en el hogar. A la hora del crepúsculo, cuando los días se van volviendo fríos, apetece calentarse y acurrucarse con una manta en un sofá, tranquilamente, con la compañía de una taza de café o de chocolate caliente. Y las noches de otoño, igual que las de invierno, tienen la ventaja de que al ser tan largas nos regalan más tiempo para poder contemplar las estrellas. Una suerte.
Apenas lleva cinco horas con nosotros. Disfrutemos de los tres meses que nos quedan por delante.

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