lunes, 16 de noviembre de 2009

Hace bastante que no actualizo nada de por estos lares. ¿Qué decir al respecto? Bueno, la conciencia tiene mucho que ver en esto. Desde que empezó la academia mis hábitos han cambiado. Me refiero a mis hábitos de estudio sobre todo. Un día, creo que fue la tercera semana de clase, salí de la academia un poco frustrada, porque todo de lo que nos hablaban me sonaba de haberlo estudiado en la carrera, pero todos esos conocimientos se habían esfumado de mi cabeza con el paso del tiempo. Sabía que en su momento, hace más de diez años, había llegado a comprender esos conceptos, e incluso había podido resolver problemas, lo cual para mí era todo un logro. Sobre todo teniendo en cuenta la paupérrima base matemática con la que aterricé en ese aula 3208, en primero de carrera. Tres años después ya había conseguido aprobar todas las asignaturas de matemáticas de primero. No está mal. Nada mal.
Pues bien, tras ese pequeño golpe a mi intelecto, decidí que tenía que recuperar lo que había perdido. Me propuse muy firmemente empezar la semana (dos días después) yéndome a estudiar a la biblioteca de matemáticas, a empaparme de esa ciencia y esa sabiduría que se me habían escapado. Estuvo bien, porque mi concentración y mi entusiasmo comenzaron a aumentar y poco a poco fui despertando esas neuronas que habían desenmarañado años atrás los misterios del álgebra. Mi humor mejoró, y con él aumentó la confianza en mí misma. Ahora ya me salían las cuentas y podía estudiar unas cinco horas seguidas cada mañana. Claro, pagando un precio...
Lo que he dejado de hacer ahora no me preocupa en absoluto. Antes de septiembre me propuse que iba a (y esta ya iba a ser la definitiva) dejar la casa en perfecto orden, absolutamente limpia, vamos, que iba a estar irreconocible. Sí, al principio la casa estaba bastante ordenada, pero los niños no dejan de ser niños y cumplen su papel a la perfección (¿he comentado la historia de los galos, los irreductibles que trataron de conquistarnos desde la habitación de la entrada?). Pues todo ese orden y toda esa limpieza me quitaban momentos de estudio y, claro, pasadas dos horas de tareas domésticas, la conciencia ya no sabía cómo gritarme que me pusiera a estudiar. Se pasa mal, cuando quieres dedicarte a dos cosas simultáneamente cuando esas dos cosas son tareas incompatibles. (puedes hacer la casa mientras escuchas música o mientras ves la tele, pero no mientras tratas de demostrar un teorema).
Así que ahora estoy volviendo a disfrutar las matemáticas y su estudio, pero cuando llego a casa tengo que sortear las pelusas que me vienen a recibir agitando sus ácaros por doquier y tengo que tener cuidado por dónde piso para no estropear esa camiseta que se ha caído pero que en realidad está recién cogida de la cuerda y aún está esperando para que se le planche, o en su defecto, que se meta en el armario, cuidado no pises ese coche ni esa pieza de construcción, etc, etc.

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