martes, 20 de abril de 2010

Primavera II

Había llegado la primavera pero Violeta no la reconocía. Aún podía sentir el viento frío y húmedo golpeando su rostro cuando se asomaba a su ventana para ver el mismo paisaje de todos los días. Antenas, ventanas, si acaso algún pájaro volando... y siempre el mismo cielo gris. Había llegado la primavera hacía ya un mes. ¿No se suponía que era la estación de la vida? ¿La estación en la que al fin se vencía al estéril frío y se daba paso a un resurgir de la naturaleza, con toda su fuerza vital? Entonces, ¿por qué sentía que en su interior seguía siendo invierno? Había llegado la primavera pero, cuando miraba por su ventana, no conseguía descubrirla. Ya no soportaba aquel viento helado. Le estaba empezando a asfixiar. No entendía por qué día tras día esa sombra iba creciendo en au interior, esa angustia sin nombre, esa negra sombra. Quería desaparecer por un tiempo, aislarse del mundo, escaparse... Desde aquel invierno, Violeta notaba cómo los espacios a su alrededor se iban estrechando. O tal vez era una cuestión de que el tiempo se iba acelerando. Quién sabe. Al fin y al cabo, ¿no están espacio y tiempo estrechamente relacionados? En cualquier caso, parecía que la primavera, aunque llegara sin que Violeta lo notase, le había escuchado: al fin Violeta podría aislarse y desaparecer... Y comenzó a construir un lugar nuevo para ella. Comprendió que para no sentir ese frío que tanto aborrecía, debía alejarse de la ventana. Y eso fue lo primero que hizo. Después se apropió de unos cojines blandos, cálidos y amplios en los que poder recostarse, una manta para taparse y un libro. El olor y el tacto de las hojas le harían bien, se dijo. Pero seguía entrando frío y cada vez que eso sucedía la sombra volvía a reclamar su lugar. No, tenía que hacer algo más. Colocó unos biombos alrededor de su nuevo rincón, los reforzó con tableros de madera y los ancló al suelo. Ni el viento invernal más fuerte podría tirarlos. Aunque había llegado la primavera, para Violeta seguía siendo invierno. Por último se hizo un techado sobre los biombos con una manta. Y esperó dentro. Poco a poco, los biombos se convirtieron en paredes duras y rígidas. El techo también se endureció. Y Violeta encontró cada vez más silencio en su nuevo rincón. Según pasaban los días la sombra se fue apaciguando y el frío ya no entraba. Era un lugar hermético, cálido y húmedo. Violeta estaba cansada pero sentía una gran paz. Poco a poco se fue recostando sobre sus cojines y muy lentamente cerró sus ojos con una sonrisa. Sí. Ahora sí. Esperaría y volvería a ser una mariposa. Y entonces podría ver y reconocer esa primavera.

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